Casilda y su marido llegaron a Campo Aceval hace siete años con el objetivo de emprender un negocio propio después de una vida trabajando para otros. Encontraron la oportunidad al hacerse cargo de una finca familiar en una zona que provee a una de las empresas de lácteos más grandes del Paraguay, la Chortizer, o “Chorti” para los lugareños. La presencia de esta empresa es un incentivo para dedicarse a la lechería; siempre que los productores puedan adaptarse al clima extremo.
Casilda tomando «tereré» (mate frío) junto a su marido. Foto: Solidaridad
Durante la temporada seca, que puede durar hasta siete meses, la tierra en el Chaco paraguayo llega a resquebrajarse, se ven esqueletos de peces muertos donde hubo agua y a las vacas se le notan las costillas por la falta de alimento. La ironía es que a los meses de sequía suelen seguirle grandes inundaciones. Esto hace necesario pensar estrategias para almacenar comida, pasturas y agua para un invierno sin frío pero, igual de inclemente, o para cuando las pasturas se pudren bajo el agua en primavera.
Foto: Solidaridad
Asociarse también es fundamental para alcanzar escala, y es así que Casilda y su marido se afiliaron a la cooperativa de Campo Aceval, donde Casilda se convirtió en una de las directivas y líder de un comité de entre 12-13 productores. Pero las cooperativas no siempre cuentan con los medios para poder ofrecer asistencia técnica a sus miembros, lo que limita las posibilidades de aumentar la producción. Además, la falta de articulación entre los distintos niveles de autoridades públicas suele dejar a los productores sin respuesta institucional frente a las sequías y las inundaciones.
Así y todo, Casilda decidió demostrarle a sus vecinos que podía progresar en esa tierra sobre la que por primera vez podía decidir. “Muchos me desanimaron, me dijeron que acá no se podía tener nada, pero con sacrificio la tierra da su fruto”. Entre las burlas de sus vecinos y con solo tres animales, la pareja comenzó a producir heno para tener reservas forrajeras, e ideó un mecanismo para que las vacas comieran de a poco y no desperdiciaran nada. Y sus vecinos empezaron a tomar nota. También, a fuerza de prueba y error, descubrió que el zapallo andahí hacía que sus vacas dieran más leche. “Yo siempre pienso que en la comunidad de Campo Aceval, solo necesitan que los animen. Solo les falta empuje, instarles”, remata su marido haciendo hincapié en la importancia de probar cosas nuevas.
Casilda enseñando uno de sus zapallos. Foto: Solidaridad
En este contexto, Solidaridad llegó en 2017 con una propuesta innovadora, reunir a los líderes de las cooperativas lecheras del municipio de Teniente Irala Fernández en una misma mesa con autoridades públicas y representantes de las vecinas comunidades indígenas con un objetivo común: desarrollar y co-financiar soluciones adaptadas al territorio para hacerle frente al clima.
“No se puede llevar un producto prefabricado a las comunidades, ellos tienen que proponer, decidir, sentir que son dueños de lo que están haciendo, y que la solución cabe en sus propias manos”, explica Mario Salas Mayeregger, Gerente del proyecto. En el caso de las cooperativas lecheras, su prioridad fue probar un grupo de prácticas que ayudaran a resistir los cambios del clima y mantuvieran más estables sus ingresos. Para esto Solidaridad contrató y formó personal local para acompañar y monitorear a los productores, y que esta capacidad quedara instalada en las cooperativas para continuar las buenas prácticas adoptadas.
Con sus ocho vacas lecheras, Casilda y su marido se unieron al proyecto. A partir de la agenda consensuada con las cooperativas, ella y sus vecinos recibieron asesoramiento para la conservación de forrajes, semillas para recuperar pasturas, y cerco eléctrico para redistribuir algunos potreros, bebederos y propiciar un pastoreo de tipo rotativo. La mayoría replicó estas prácticas con sus propios recursos en más de 40 hectáreas. También se repartieron plantines de algarrobo.
“Yo escuchaba que bajo el algarrobo no podia crecer pasto y la gente los cortaba, pero en Encarnación vi lo contrario. Y es útil. Durante la sequía las frutas de los algarrobos nos ayudaron, porque rápidamente le engorda al animal y le da leche. Tiene mucha proteina. Eso es algo de lo que aprendí. Solidaridad nos despertó al manejo silvopastoril con algarrobo”.
Esto los salvó. Dicen que la inundación de 2019 y la sequía de 2020 fueron las peores en 50 años. El 98% del campo de Casilda y su marido quedó bajo el agua. Pero estaban mejor preparados.
“Nos afectó, pero hemos tenido reservas. Las pasturas se pudrieron, pero teníamos heno y silo de maíz. Y la cooperativa nos ayudó a comprar caña dulce y más heno cuando el que teníamos se acabó”. Asimismo, aun cuando una de las cooperativas experimentó un descenso de producción láctea del 35% durante los periodos de producción 2018, 2019 y 2020, la finca piloto instalada dentro de la cooperativa logró aumentar su producción en 17% a pesar de haber reducido su hato lechero.
Foto: Juan Dussan
A pesar de las crisis climáticas, los productores lograron aumentar sus ingresos en un 75%, en relación con su línea de base. Además, el proyecto también logró mitigar las emisiones de GEI de la actividad lechera en 29% por hectárea, lo que resultó en 63% menos intensidad de GEI por litro de leche producido. Esto reafirma el argumento que la aplicación de las buenas prácticas, además de generar retornos económicos, también puede disminuir los impactos ambientales negativos.
Con el fin de sostener estos resultados en el tiempo, se fortaleció la capacidad técnica y administrativa del personal de las cooperativas para planificar y ejecutar actividades dentro de un marco lógico que fuera de provecho para la comunidad. También se buscó que las cooperativas entendieran sus costos para hacer frente a los desafíos presentes en el paisaje de una manera financieramente sostenible. Para ello, se calculó que aplicando una tasa de 0.0062 EUR por litro de leche -variable de acuerdo al volumen producido-, tres de las cinco cooperativas que participan del proyecto ya están en condiciones de autofinanciar su asistencia técnica.
A futuro, Casilda espera que la cooperativa pueda invertir en tajamares colectivos y aprender junto a su marido a hacer inseminación artificial. Casilda y sus compañeros de la cooperativa terminan este ciclo con una cooperativa mejor organizada, unos campos más resilientes, y más herramientas para mitigar los riesgos de producción, climáticos y financieros presentes en la región. Además, a través del espacio generado con la mesa de gobernanza, las diferentes organizaciones público y privadas pueden buscar soluciones y encontrar sinergias para un desarrollo compartido y sostenible en el Chaco Paraguayo.
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