El auditorio se llenó lentamente. En un principio, parecía que los jóvenes llegaban por presión de sus profesores. La Universidad de Antioquia había hecho el esfuerzo de llevar a un interesante grupo de ponentes hasta la sede de Urabá y no podían permitir que el recinto quedara vacío. Sin embargo, una vez empezó el conversatorio, fue evidente que los jóvenes estaban ahí por interés personal. Oyeron atentos las reflexiones de los panelistas, rieron gustosos ante las intervenciones de algunos de ellos y, al final, levantaron sus manos ansiosos de que les dieran la palabra para hacer preguntas. Las nuevas generaciones saben que pueden cambiar el mundo y se están preparando para hacerlo.
El tema del panel llamó la atención: El sector bananero como ejemplo de sostenibilidad. Para esta región, este delicioso producto ha sido, a la vez, un regalo y una maldición. Las tierras que rodean este golfo colombiano fueron víctimas de la ambición de multinacionales, que nunca mostraron interés por la dignidad de los trabajadores de las plantaciones de banano, y luego del conflicto entra la guerrilla, los paramilitares y la fuerza pública. Dicen que, en la lengua de los indígenas embera katío, Urabá significa “la tierra prometida”, y serlo le ha valido mucho sufrimiento a su población.
Sin embargo, hace más de una década las cosas empezaron a cambiar. Los empleadores de la industria bananera y los sindicatos empezaron a dialogar para alcanzar metas comunes, y el gremio decidió aliarse para trabajar de manera colaborativa. Bajo este modelo de acción, el sector se encaminó hacia la producción sostenible que implicaba ajustarse a los estándares del Comercio Justo (Fairtrade), Rainforest Alliance o Global Gap. Hoy, casi la totalidad de la producción de banano del país es sostenible. En este contexto, el panel pretendía poner en discusión las experiencias del sector bananero colombiano en su camino a la sostenibilidad y dejar lecciones relacionadas con la importancia del trabajo colaborativo y el valor de la cooperación internacional, ya que el evento se realizaba en el marco del programa De país en país, que tenía a Holanda como invitado de honor.
Holanda, Solidaridad y las empresas bananeras
Para la conversación se reunieron Andrea Olivar, gerente general de Solidaridad Colombia; Joris Jurriëns, ministro consejero de la Embajada del Reino de los Países Bajos; Juan Felipe Laverde, gerente de la Fundación Corbanacol; Luis Fernando Suárez, gerente de la Fundación Fundaunibán, y Gabriel Elejalde de Augura.
Olivar moderaba la charla y empezó por pedirles que explicaran cuáles habían sido las principales razones por las cuales el sector bananero se había convertido en un caso de éxito de la agricultura sostenible a nivel global. Las voces de todos se sumaron para contar que, además de que la industria lleva más de 20 años trabajando por el medio ambiente –con prácticas como la de reutilizar el agua y la de recoger el polietileno que antes se quedaba en el campo–, también lleva alrededor de una década desarrollando proyectos para ayudar a pacificar la región, los cuales incluyen la construcción de vivienda y la inversión en formación, cultura y deportes.
“Las certificaciones pasaron de lo ambiental a lo social, por eso ahora somos tan valorados en el mercado europeo”, explicó uno de ellos.
En ese camino, empezó a darse un círculo virtuoso –que se opone al vicioso–. Al ver los cambios que se estaban generando, así como el potencial de la región, la Embajada del Reino de los Países Bajos mostró interés por ayudar:
Los invitamos a mejorar la infraestructura y la calidad de vida de los trabajadores –comentó Jurriëns–, ya que de esta forma no solo se fortalecía el trabajo de responsabilidad social empresarial, sino que se llamaba la atención de los mercados internacionales, cada vez más interesados en la protección del medio ambiente y de los derechos de los trabajadores”.
Ante el impulso de la Embajada de Holanda fue muy evidente que no debía existir competencia entre las empresas productoras de banano de la región; al contrario, tendrían trabajar juntas en pro de la sostenibilidad para alcanzar los mercados, ya que la unión hace la fuerza. Este trabajo colaborativo terminó de consolidarse cuando, en 2013, Solidaridad reunió en la misma mesa a los actores más representativos de la industria bananera, quienes voluntariamente se comprometieron a trabajar como sector en temas precompetitivos asociados a la sostenibilidad del banano.
De esta manera la producción de banano sostenible se multiplicó. Sin embargo, la brecha entre lo que se produce y vende como sostenible sigue siendo muy amplia. Por esta razón, ahora el gremio trabaja en equipo en la posibilidad de crear la denominación de origen del banano colombiano, de tal forma que en el exterior sean conscientes de su calidad y exclusividad.
Hacia el final del panel fue inevitable poner sobre la mesa el tema de la paz. En el instante en que se mencionó esa palabra, por estos días tan pronunciada, todos los panelistas guardaron silencio. En un principio, el auditorio no entendía si la ausencia de palabras se debía a la incertidumbre o al escepticismo. Pero eventualmente, Gabriel Elejalde tomó la palabra:
«¿Nos da miedo hablar de posconflicto, pero cuántos posconflictos ya ha vivido Urabá? Después de tantos años de violencia la región a demostrado su fortaleza y su resiliencia. Urabá es un ejemplo de que podemos trabajar juntos para salir adelante, nosotros llevamos construyendo región hace muchos años y seguiremos haciéndolo. Bienvenido lo que contribuya a mejorar las condiciones de vida de las personas”.
Con esta última reflexión se dio fin al panel, cuyos temas quedaron rondando en la mente de muchos estudiantes, quienes luego asistieron a un taller más personalizado con Rafael Pflucker, gerente del sector de banano de Solidaridad. Durante esta actividad, ya no fueron los expertos los que analizaron el reto de la sostenibilidad, sino los jóvenes, que se reunieron en grupos para pensar en el futuro de la agricultura de la región.
“La de los campesinos es la profesión más importante”, se le oyó decir a uno de ellos. “Si la producción es óptima, vamos a poder eliminar el hambre”, comentó otro. “La educación es clave para el progreso”, anotó alguien. “Lo que no exportamos deberíamos usarlo para la producción de biocombustibles y abono”, apuntaron.
Todas estas ideas se sumaron para crear una gran reflexión sobre la importancia de la sostenibilidad y la agricultura, y sobre el papel indispensable de los jóvenes en esa construcción de un agro que en el futuro cercano sea amigable con el medio ambiente, productivo en términos económicos y justo en lo social.