Un día típico en el Chaco salteño
“Primero que nada, soy campesina”. Así se presenta Lucía, nacida en el paraje El Persigo, una localidad del Chaco seco en la Provincia de Salta, al norte de la Argentina.
Un día típico para ella no difiere del de cualquier otro productor de la región. Si no hay que ordeñar, se despierta a las 6, alimenta a sus gallinas, limpia, ordena, riega, y atiende a sus vacas. Después de almorzar, saca con su hermano agua de un pozo a motor, y si la temperatura lo permite -el año pasado, el termómetro llegó a 46° en verano-, pasa la tarde dividiendo su potrero con alambrado para rotar el pastoreo.
Sus hijas viven en el pueblo más cercano para ir a la escuela, y vuelven los fines de semana. Con ellas hornea pan para la semana porque comprarlo en el pueblo es muy caro. Están a una hora en moto, por un camino muy feo, especialmente cuando llueve.
La actividad principal de Lucía y sus vecinos es la ganadería. Su rebaño, entre terneros y vacas, cuenta con 25 cabezas, entre vacas propias, vacas de su hermano, y vacas de un compadre que cuida solidariamente junto a las propias.
Su lote tiene 250 hectáreas, lo que en la zona se considera un pequeño productor. Además, cría cerdos y cabritos para consumo propio. Cuando le preguntamos si también elabora chacinados (fiambres), nos contesta riendo: “tendría que ser la mujer maravilla”.
De hecho, lo que tal vez no es tan típico es que aparte de llevar adelante su finca como mujer cabeza de hogar, Lucía ejerce como presidenta de la asociación civil ‘Unión y Progreso’ desde hace 12 años. Como parte de un proceso de colaboración multisectorial para facilitar la aplicación de la Ley de Bosques entre productores de la provincia de Salta, Solidaridad convocó a la asociación en 2019. Y así fue que entramos en contacto con ella.
El papel de Solidaridad
El objetivo de Solidaridad es apoyar a los miembros de la asociación a mejorar el manejo de su ganado en zonas amarillas, para que sea más rentable, sostenible, y resiliente al cambio climático.
Las zonas amarillas son áreas de bosque nativo que por su valor de conservación están protegidas contra el desmonte, pero que admiten un uso económico. Una forma en que la población puede vivir del bosque es, justamente, lo que se conoce como ganadería de sotobosque, integrada, o silvopastoril, donde los animales pastorean y buscan su alimento dentro del bosque nativo.
El bosque en el Chaco visto desde un dron muestra una alfombra verde-gris, pero una vez que la vista atraviesa las copas de los árboles, no es mucho lo que crece en ese suelo seco. Es un paisaje áspero, y en esas asperezas se templa el carácter.
En la historia de Lucía convergen distintas capacidades de adaptación. Adaptación al medio, adaptación a una cadena de valor que está pensada para productores de mayor envergadura, y adaptación a una estructura social que resta oportunidades a las mujeres. No obstante, al preguntarle si hay algo de su vida por lo que quisiera que sus hijas no pasen, responde sonriendo: “Todo me gustó en mi vida. Siempre pienso que los errores que uno tiene en la vida han sido parte del aprendizaje.”
Crecer como mujer en el Chaco
“En casa papá no quería mucho a las hijas mujeres, prefería a los hijos varones”, adelanta Lucía. “Yo soy alérgica a las picaduras de los zancudos, y cuando yo lloraba porque me picaban mi papá se enojaba o la retaba a mi mamá. A él no le gustaba escuchar llorar a sus hijos, sobre todo si eran mujeres. Y después está el hecho que en el campo se viven muchos abusos. Tenía que vivir esquivando esas cosas, y eso va de la mano con ser machista, porque el hombre por ser hombre hace lo que quiere con las mujeres, con las niñas. Hoy no se ve tanto eso, pero antes sí. Las madres no pensaban, o se descuidaban, y siendo una mujercita, una niñita, tenías que cuidarte vos misma, y es feo. Después crecés y yo, por ejemplo, a mis hijas no las dejaba solas con nadie.”
Lucía tiene cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. A sus hijos les enseña que tienen que tratar a todas las mujeres como si fueran sus hermanas, en particular a sus parejas. Y a sus hijas les muestra que con ingenio pueden ser autosuficientes en la finca.
Solidaridad realizó el año pasado un diagnóstico de género entre los miembros de la asociación, y Lucía recuerda un ejercicio para ver cómo se repartían las tareas entre mujeres y varones.
Al preguntarle qué haría si no se dedicara a la ganadería, nos responde: “Ya hice de todo en la vida”. Lucía empezó a trabajar de chica en Salta capital donde fue peluquera profesional, panadera, remisera, albañil, e hizo encofrado.
“Por ahí me hubiera gustado estudiar veterinaria o derecho. Tenía derecho en la secundaria y me encantaba. También la contabilidad me gustaba muchísimo. Y es que en todo lo que involucra a la asociación tenés que tener mucho conocimiento de derecho. Fui aprendiendo con los abogados en Orán para poder llevar adelante los litigios sobre la tenencia de tierras de los miembros.”
Lucía considera que no se hizo líder, sino que nació con esa capacidad, pero que no la descubrió hasta que empezó a formar parte de grupos, y ver que siempre terminaba al frente, o tomando decisiones.
Hace 12 años, cuando su padre murió, volvió al paraje el Péstigo a hacerse cargo de la finca familiar. Entonces, encontró, según sus palabras, un campo muy abandonado, el puesto de su familia sin nada, y a la gente con muchas carencias.
La invitaron a una charla de una organización donde empezó a interiorizarse acerca de cómo funcionaban y cómo podían ayudar a coordinar esfuerzos dentro de la comunidad. Después de eso, se reencontró con vecinos y parientes en una reunión organizada por la escuela local, y con los 12 que estaban presentes se conformó la comisión directiva de lo que iba a ser la asociación Unión y Progreso. A los seis meses obtuvieron la personería jurídica.
Visita del Director Ejecutivo de Solidaridad, Jeroen Douglas, a la asociación ‘Unión y Progreso’
Ser campesina en el Chaco
A Lucía no le gusta pedir prestado. Sabe de los créditos del Banco Nación, pero tiene poco capital para devolver, y no quiere arriesgarse. En un año promedio vende entre tres y cuatro terneros, y cuando necesita comprar maíz prefiere vender algún cabrito o unos cuantos cerdos. Con el maíz molido puede darle de comer a sus gallinas, a las vacas y a sus perros, que son quienes la acompañan y cuidan al salir al monte.
Una de las principales dificultades que tienen ella y sus compañeros es que los servicios veterinarios están pensados para productores con rebaños más grandes. Cuando uno tiene pocos animales, todo es más caro. Por ejemplo, Lucía tiene tres terneros, pero nos relata que se ve forzada a comprar vacunas para 50 o arriesgarse a no vacunarlos. Además, la fecha de vencimiento de las vacunas a veces es bastante corta, con lo cual no siempre puede aprovecharlas después. Ahora tiene dos vacas preñadas y otras dos en celo, por lo que está tratando de sincronizar los celos para tener los terneros al mismo tiempo.
Otro inconveniente con el que se encuentran es que no pueden realizar compras colectivas por el flete (traslado). Los parajes están lejos uno del otro, y al fletero no le conviene el viaje.
Lucía opina que las actividades que se están llevando adelante con Solidaridad son como una palanca para que la gente se empiece a levantar. No es todo lo necesario, pero sí es una base para aquel que no tiene nada. En orden de prioridades, para ella lo más crítico es disponer de pasturas, luego de agua, y en tercer lugar tener acceso a sanidad animal.
Sin un buen manejo, si se deja pastar a los rebaños libremente, los animales comen todas las pasturas que haya disponibles y terminan erosionando el suelo, que termina por perder su capacidad de regeneración.
Solidaridad está apoyando a la asociación a dividir potreros con alambre, de forma que los animales roten sus zonas de pastoreo. También instaló pozos de agua, y brindó asistencia veterinaria para detectar la causa de la baja fertilidad de las vacas.
Entre los miembros de la mesa de gobernanza también se han mantenido ya un par de reuniones para discutir cómo integrar la asociación a la cadena de alguno de los miembros. “Me gusta que podamos acordar con ellos”, opina Lucía. Uno de los temas que se han conversado es contratar una asesoría fiscal para ver una forma viable de registrar a la asociación, que les permita facturar de forma social cuando consigan cerrar ventas, y así poder entrar a un mercado formal que les pague un mejor precio por sus animales.
Vivir el cambio climático en el Chaco
La ganadería en las provincias del norte del país es muy diferente a la de la región pampeana, una llanura de pastizales naturales y clima templado apta para razas británicas como Shorton, Hereford y Aberdeen Angus. En el monte chaqueño los animales que mejor se adaptan a las altas temperaturas y al bosque son los criollos.
Las vacas criollas, de hecho, están acostumbradas al “ramoneo”, es decir a procurar su propio alimento en árboles y arbustos. No son como los animales de raza, a quienes hay que procurarles pasturas. Ellas pueden comer del fruto de la algarroba, del mistol, del guayacán, y los brotes de hojas del palo santo para complementar su alimentación.
La presencia del bosque también es muy importante porque en la época de lluvia los algarrobos, los chañares y el palo santo consumen mucha agua, evitando inundaciones.
Lucía recuerda que cuando era chica hacía mejor clima que ahora, y no faltaba el agua. Llovía y se sembraba maíz, zapallo, sandía, y hasta crecían plantas de tuna. Pero ahora las lluvias ya no son suficientes.
El calor en el Chaco siempre ha sido fuerte, pero con las lluvias no se sentía tanto y las sequías no eran tan largas. “Yo tengo miedo de sacar agua subterránea para riego porque puedo perder la tierra con esa agua salitrosa, no me arriesgo. Yo vi en Santiago del Estero mucha extensión que quedó desértica por regar con agua salitrosa.”
En 2019, Lucía participó de la COP en Madrid, a la que viajó junto a otras mujeres campesinas para hablar sobre el medio ambiente. “Había gente de Bolivia, Guatemala, Honduras, todos campesinos.”
El mayor peligro del cambio climático que Lucía percibe en su entorno es el desmonte. “Desde que estuve en España se sigue desmontando acá y en todo el mundo. Si hubo un cambio, fue para peor. No me parece que haya habido un progreso”, opina y agrega:
Próximos pasos en ganadería regenerativa contra el cambio climático
Con el apoyo de la Fundación Kering, durante los próximos tres años, Solidaridad aplicará prácticas de ganadería regenerativa en 120.000 hectáreas junto a 250 familias de productores familiares, conservando 75.000 hectáreas y restaurando 36.000 hectáreas de bosque y vegetación nativa.
Para apoyar esta transición trabajará con la Asociación Civil Unión y Progreso y Mesa Coordinadora de Organizaciones de la Ruta 81 en:
- Aumentar la capacidad de los suelos para secuestrar carbono, retener agua y mejorar otros elementos de la funcionalidad del suelo.
- Proteger, restaurar y mejorar la biodiversidad, tanto en la finca como en el paisaje circundante. Esto incluye evitar cualquier conversión o degradación de los ecosistemas naturales.
- Eliminar el uso de agroquímicos sintéticos en favor de soluciones ecológicas que promuevan procesos naturales.
- Mejorar el bienestar animal del ganado.