Nuestro Retoño se llama la parcela de Maritza Camargo, con 8,5 hectáreas cultivadas de palma de aceite, en Tibú, Norte de Santander. Ella y su esposo nombraron la tierra luego de que nació su pequeña Sara Nahia. A la niña le pusieron un nombre vasco, que significa “princesa deseada”. Arled Maritza, con un nombre que alude a la vocación de consejera, viene de una familia de palmicultores. Su papá metió en el negocio de la palma a sus seis hijos, a su esposa y a otros familiares sin preguntarles siquiera y hoy sus cultivos suman 110 hectáreas. También fue su primer cliente cuando ella decidió fundar la empresa Trabajo Seguro, orientada a formalizar las relaciones laborales entre productores y trabajadores del campo.
Con la empresa quiso cumplir la promesa que se hizo de ser una mamá dedicada como la que ella misma tuvo. Acabó con los años de subir a un avión los martes, en Bogotá, y volver a casa los viernes en la noche, y emprendió un negocio con su conocimiento en administración de salud ocupacional. De los cinco a siete trabajadores del cultivo, cuatro vivían en la finca, cada uno en una pieza, usando colchonetas, ventiladores o televisores que eran del mobiliario de la casa. Tenían contratos verbales, no había prestaciones. “Seguridad Social, mi papá pagaba a un señor que iba y le entregaba el seguro, pero no era bien manejado, para nada”, recuerda Maritza.
Con Plan Padrino, Solidaridad apoya el empleo en el campo
Esa primera experiencia de formalización sirvió para crear el Plan Padrino, junto con la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma), una metodología que le ha servido a Solidaridad para promover un cambio en lo laboral entre los palmicultores. «a través del trabajo conjunto, el modelo se extendió a unas 80 plantaciones, con alrededor de 500 trabajadores que alcanzaron la formalización durante 2023, destaca Danna Rodríguez, coordinadora regional del programa de Palma de aceite de Solidaridad. “Los productores han podido comprender la importancia de tener todos sus documentos en regla, de tener legalmente a sus trabajadores y también a los miembros de su familia que trabajan con ellos”, explica.
El Plan Padrino busca que los productores formalicen las relaciones con sus trabajadores y que implementen en sus fincas el sistema de gestión de la seguridad y salud en el trabajo. El padrino es la figura que incentiva a los productores para que logren la formalización laboral. A partir de los buenos resultados de Fedepalma con esta metodología, Solidaridad se convirtió en padrino para tener mayor impacto en los productores vinculados a sus programas en este sector.
“Llevar el Plan Padrino a los territorios ha sido muy gratificante porque se vio un cambio cultural. Empezamos con esa sensibilización, porque en el campo es bastante complejo tener un trabajador formalizado, que se le cumplan sus derechos laborales, que le paguen su seguridad social”, cuenta la coordinadora de Solidaridad que ha acompañado a los productores en su proceso. “Nosotros también empezamos a usar las herramientas digitales que tenemos para dar formación a los productores, como Agrolearning y Agroworker”.
Una nueva relación entre productores y empleados
El productor se confiesa cuando se acerca al proyecto, y habla de la realidad en su unidad productiva en cuanto a lo contractual y el campo de seguridad y salud en el trabajo. Para Maritza, gerente de Trabajo Seguro y palmicultora, se trata de un ciclo que no acaba porque siempre hay oportunidad de mejorar en nuevos aspectos tras cada meta que se alcanza.
La metodología involucra también a un líder que, por lo general, es una persona de la familia que no se ha vinculado a la unidad productiva. Después de una formación intensa, de tres o cuatro meses, este líder llega a implementar la estrategia para formalizar las relaciones laborales y a gestionar el sistema de seguridad y salud en el trabajo. “El Plan Padrino busca impulsar un relevo generacional. El joven empieza a conocer la unidad productiva, qué insumos y cuáles herramientas tiene el productor, qué químicos utiliza. Dentro de la formación que recibe necesita hacer inventarios y planes de mantenimiento. El cultivo se vuelve para ese líder su trabajo y su diario vivir”, dice Maritza.
“Llevar el Plan Padrino a los territorios ha sido muy gratificante porque se vio un cambio cultural. Empezamos con esa sensibilización, porque en el campo es bastante complejo tener un trabajador formalizado, que se le cumplan sus derechos laborales, que le paguen su seguridad social”.
Danna Rodríguez, coordinadora regional del programa de Palma de aceite de Solidaridad.
Entre los cambios que ha traído el Plan Padrino también está la oportunidad de inclusión para las esposas e hijas de los trabajadores. “Mujeres salvando vidas son formaciones que hacemos con las esposas de los trabajadores para que ellas empiecen a gestar comportamientos seguros desde el hogar”.
“Hoy los trabajadores ya no viven en la finca —cuenta—. Después de la formalización, que tienen primas, cesantías, caja de compensación y otros beneficios, han podido comprar sus casas, no lujosas, pero son viviendas dignas. Incluso algunos tienen una casa en la que viven y otra para alquilar. Son cambios positivos para el trabajador y sus familias”. Maritza destaca que cuando mejoran las condiciones laborales, mejora también el arraigo de los trabajadores, aunque sus tareas sean por periodos cortos de tiempo por las dinámicas del trabajo en cada plantación.