Hace dos años iniciamos un proceso de mejora continua del negocio agrícola con pequeños y medianos productores pertenecientes a las cooperativas Pindo y Unión Curupayty de Alto Paraná, en la región oriental del Paraguay. El proyecto, en conjunto con Cargill y la Unión de Cooperativas UNICOOP, se enfocó en apoyar la adopción de buenas prácticas que inciden en una mayor productividad, una mejor gestión y una reducción de riesgos en la finca.
La perspectiva de los productores cooperativizados sobre el negocio agrícola
Sergio Rossato y su hermano llegaron a San Cristóbal en balsa en la década de 1970. Entonces no había camino, el camino de Palmital a Naranjal lo hicieron ellos mismos. Si uno se enfermaba era complicado conseguir asistencia médica. La familia empezó con un aserradero y fue incursionando en distintos rubros buscando un mejor ingreso. Sergio se formó en administración de empresas, y hoy él y sus hijos apoyan la profesionalización del negocio agrícola.
Marcelo Wiest cuenta que su familia se dedica a la agricultura desde que tiene memoria. Antes de emprender el cultivo de granos trabajaron con ganadería de leche y engorde. Recordando cómo era todo en su infancia, con seis o siete años, lo que más le impacta del paso de los años son los cambios en la tecnología, ya que entonces todo se hacía de forma manual. Hoy cuentan con maquinaria y cultivan soja, maíz, avena y trigo en 300 hectáreas. Él y uno de sus tres hermanos son técnicos agrícolas, y uno de sus hijos quiere dedicarse a la tecnología.
Cuando se le pregunta qué lo motivó a participar del proyecto de mejora continua, Marcelo responde con tranquilidad:
Ningún agricultor quiere hacer las cosas mal, piensa que así como hace las cosas está bien; los proyectos como este marcan una línea más clara [de cómo hacer bien las cosas]. Como la tecnología va a avanzar, las prácticas también tienen que ir mejorando”.
Marcelo Wiest, productor.
«Ningún agricultor quiere hacer las cosas mal, piensa que así como hace las cosas está bien; los proyectos como este marcan una línea más clara [de cómo hacer bien las cosas]. Como la tecnología va a avanzar, las prácticas también tienen que ir mejorando”.
Marcelo Wiest, productor.
Una metodología de mejora continua para el negocio agrícola con 10 años de experiencia que da resultados
Solidaridad está presente en Paraguay desde hace 10 años, y en estos años desarrolló y perfeccionó una metodología de mejora contínua ajustada a las necesidades de los productores y el mercado que se ha aplicado con la UNICOOP, la Asociación Rural del Paraguay (ARP), ADM, COFCO y, ahora, Cargill.
En primer lugar, junto a los 30 productores de las cooperativas Pindo y Unión Curupayty que se apuntaron para participar, se consensuaron los indicadores de sostenibilidad a trabajar a nivel ambiental, económico, socio-laboral y productivo. Luego, se realizaron visitas de diagnóstico a cada una de las fincas para evaluar su estado de sostenibilidad y se entregaron planes de mejora individualizados con prioridades claras.
Durante toda la ejecución del proyecto los técnicos de las cooperativas y Solidaridad realizaron visitas de seguimiento a cada participante para dar soporte y recomendaciones con soluciones prácticas a los retos de cada plan individual. En el caso de Marcelo, por ejemplo, una de las recomendaciones que adoptó fue la de empezar a guardar los envases vacíos de agroquímicos en un depósito específico. Tener los defensivos lejos de niños, animales o alimentos, en un espacio con buena ventilación, reduce en gran medida el riesgo de intoxicaciones.
El proyecto también contribuyó con cartelería de seguridad, incluyendo números de emergencia, descripción de los elementos que deben componer el equipo de protección personal, alertas sobre posibles riesgos en la finca, y señalización para los depósitos de envases vacíos y productos agroquímicos, entre otros. Asimismo, se entregaron cuadernos de campo para llevar registros de aplicación de agroquímicos, de combustible, de lluvia, y botiquines de primeros auxilios.
En paralelo a la asistencia técnica directa, el proyecto también aprovechó los resultados de los diagnósticos para identificar brechas comunes. A partir de estas, se realizaron un total de 13 capacitaciones grupales, de las que participaron casi 450 personas de forma presencial. La formación estuvo dirigida tanto a los productores como a los trabajadores de las fincas y los técnicos de las cooperativas, siendo estos una pieza fundamental para lograr la socialización de los parámetros de sostenibilidad y los objetivos del proyecto.
Detenerse, medir el progreso y continuar
Sumando el área de las fincas de los productores que participaron del proyecto, las buenas prácticas adoptadas a lo largo del proyecto en los últimos dos años impactaron 9.866 hectáreas, de las que 7.576 hectáreas corresponden al cultivo de soja, y 1.214 hectáreas son de bosque nativo.
Así como los productores recibieron una evaluación individual del avance de sus prácticas, las cooperativas también pudieron dimensionar los resultados agregados del progreso del grupo para identificar por dónde seguir trabajando. Esto se hizo calculando el porcentaje de adopción de buenas prácticas agrícolas.
El ciclo de diagnóstico, adopción de buenas prácticas y evaluación dejan sentadas las bases para que las cooperativas puedan seguir identificando sus brechas con una lógica de mejora continua y diseñar líneas de capacitación.
“Este proyecto fue enriquecedor porque nos permitió identificar la situación de productores fuera del esquema Cargill 3S. Y le fue útil a las cooperativas porque el esquema de mejora contínua utiliza los mismos criterios con que sus departamentos de sustentabilidad clasifican a sus miembros”, comentó Mario Salas Mayeregger, gerente de programas de Solidaridad