En esta historia la familia Horocszuck narra los cambios que han vivido desde que empezaron a transitar el camino de la mejora contínua en 2012, demostrando que el verdadero impacto se logra cuando la sustentabilidad se vuelve hábito.
Carlos llegó a Dos de Mayo, localidad cercana a Oberá en la provincia de Misiones, Argentina, en el ‘98. Su familia está compuesta por Irma, su esposa, y sus tres hijos: Cristian, Alex y Nahiara. Su chacra cuenta con 24 hectáreas, lo que se considera una pequeña propiedad en el contexto de la Argentina.
“Los primeros pasos fueron duros”, empieza Carlos recordando cómo tuvo que montar su vivienda y su chacra de cero. Al igual que muchos otros pequeños productores, la familia Horocszuck diversifica su producción para mitigar riesgos económicos. Si un cultivo tiene problemas un año, hay otros rubros que brindan un importe complementario. En su chacra se cultiva yerba mate, una infusión típica de la región, y té, que vende a la cooperativa a la que pertenece. Además, hace un poco de explotación forestal, tiene un potrero de animales y mantiene una hectárea y media de monte nativo.
La provincia de Misiones está emplazada en lo que se conoce como selva paranaense o Bosque Atlántico, el mismo entorno tropical en que están ubicadas las Cataratas del Iguazú y el 60% de la biodiversidad de la Argentina.
La familia de Carlos participa del programa de té de Solidaridad desde 2012. Hoy su propiedad se ha convertido en una finca modelo donde otros productores pueden ver el impacto a largo plazo de una intervención en buenas prácticas.
“Me motivó a unirme la comercialización y el cuidado del medio ambiente”, explica Carlos en referencia a por qué se unió al primer proyecto de certificación para pequeños productores que organizó Solidaridad, “porque cuando se hacen cultivos de alta densidad no se tienen en cuenta las nacientes de agua, el medio ambiente”.
Mejor calidad de vida
“Desde que vine acá los cambios fueron muchos porque se puede producir más con menos costo, porque usamos menos herbicida, pesticidas y fertilizantes, ya que hay una cubierta verde. Y si hay más producción, hay más dinero,” sintetiza Carlos los beneficios que percibe a nivel económico.
La vivienda fue otro gran paso en la mejor calidad de vida de la familia: “Con mi producción puedo cumplir con las cuotas de mi vivienda, que es a 30 años. Es la única forma de que un colono chico como yo, pueda hacerse una vivienda de mampostería. Antes teníamos una casa de madera y cuando hacía frío afuera, adentro hacía frío. Cuando afuera hacía calor, adentro hacía calor. Ahora tenemos una cámara séptica, se cuida la naciente. Es otra vida”.
Cambio de hábitos
“Lo que más me costó fue el agua, poner los bebederos para los animales, para que no ingresaran a los arroyos y a las áreas protegidas, que son las nacientes y los humedales”. De hecho, en la zona no hay acceso a una red de agua potable por cañerías, las familias consumen el agua de los arroyos circundantes. Si los animales acceden a los cursos de agua se corre el riesgo que las aguas se vean contaminadas, no sólo para la familia, sino también para el resto de los vecinos.
Carlos cuenta que al principio se quejaba de tener que recorrer la chacra para verificar que las vacas no hubieran ingresado a los humedales, pero ahora ya se ha vuelto una rutina. Si no va él, va su hijo Alex. Para proteger la calidad del agua también conservan las franjas de vegetación linderas a su arroyo y “donde falta sombra, implantamos especies nativas. Si es posible, algún árbol frutal nativo para que se reproduzcan las aves.”
Otro gran cambio de mentalidad dentro de la familia fue en relación a las malezas. En Misiones, el régimen de lluvias hace que la capa superficial del suelo, la que es más rica de nutrientes, se erosione fácilmente si no cuenta con una cubierta vegetal. Pero en el imaginario de la comunidad, ver pasto o “yuyos” en los caminos era visto como una señal de desidia y desorden. “Yo veía una maleza en los yerbales y ya pasaba un herbicida”, narra Carlos. Esto no sólo impactaba en el ambiente sino, principalmente, en su negocio. “Antes echaba fertilizante, venía la lluvia y se llevaba todo. Salía el sol por 3 ó 4 días y la tierra se secaba porque no había ninguna cubierta encima. Hoy veo que no es así, que hay que mantener una cierta cantidad de maleza para producir,” admite.
Esta mayor sensibilización sobre la relación entre el cuidado del ambiente y el negocio a largo plazo, también caló hondo en relación al manejo de agroquímicos. “Aprendimos que no hay que calzarnos la mochila y echar acaricida cuando nos parece. Uso la mínima cantidad posible, sólo si es necesario, después de haber hecho un monitoreo y haber consultado con el técnico de la cooperativa”.
Tanto Carlos como su hijo mayor, Cristian, también mencionan la mayor atención que fueron poniendo en temas de seguridad y salud. “En las capacitaciones vimos cuál era el equipo de protección, los distintos picos, la mochila, y participamos de muchas demostraciones”, explica Carlos y su hijo agrega: “lo que pude ver a nivel familiar, fue el cuidado personal. Ahora nos hacemos chequeos más periódicos, se usan equipos de protección, cosas que antes no se hacían por falta de conocimiento”.
La sustentabilidad como patrimonio familiar
“Nos ayudamos entre todos, sea en las cuestiones de la casa como en la chacra, trabajamos a la par con mi señora”, afirma Carlos. “Yo participo en todo, menos en la aplicación de agroquímicos», agrega Irma. “Me levanto, atiendo los animales, la huerta, las plantas. Y cada uno de mis hijos conoce sus obligaciones”.
Ha pasado casi una década desde que los técnicos de Solidaridad conocieron a la familia Horocszuck, y han visto crecer a sus tres hijos acompañando a sus padres a las capacitaciones.
Cristian, el mayor de los hijos de Irma y Carlos, ya tiene 25 años. Se graduó de la escuela agrotécnica, y luego empezó a trabajar como técnico de la cooperativa de la que sus padres son miembros, y terminó participando como técnico de campo.
“En el instituto agrícola fui adquiriendo conocimientos más técnicos. Llevé algunas de esas ideas a la chacra y conversé con mi padre sobre qué podíamos implementar y cómo hacerlo, siempre con una perspectiva de cuidar el medio ambiente y producir el máximo posible. Un par de años después surgió el programa de certificación y, como nosotros ya manejábamos algunos conceptos, nos embarcamos”. Cuando se le pregunta por el futuro, no duda: “a mí lo que me apasiona es la chacra. Hoy, aparte de ayudar acá trabajo en la cooperativa, pero trabajo más en campo, y me gusta el contacto con la chacra. Siempre que puedo vengo y colaboro. Lo que me apasiona es producir la tierra.”
Alex, el hermano del medio, tiene 18 años. Alterna tres semanas como pupilo en una escuela agrotécnica, y una en casa. Cuando está en casa, y no está ocupado con la tarea, ayuda a Irma en la huerta, con los animales, y en la casa. De a poco también se va introduciendo en las tareas de la chacra. “Mi idea es seguir en el rubro, seguir los pasos de mi hermano y de mi papá y tratar de ir mejorando día a día, viendo si me puedo ir abocando a lo técnico”.
“La idea es que ellos continúen y cuiden lo que nosotros hicimos,” completa Carlos “porque para nosotros es todo la chacra, dimos todo por la chacra, empezar de cero no es fácil. Dentro de 20, 30 años, imagino que mis hijos van a seguir lo que hicimos nosotros, porque les estoy inculcando, les estoy llevando a las capacitaciones. Se trata de que mantengan todo como está desde 2012 hasta ahora”. En línea con esto, las decisiones de la chacra se toman en grupo familiar, a la hora de la siesta o a la noche.
“No nos centramos sólo en los rendimientos, sino también en el cuidado general. Miramos hacia el futuro”, dice Cristian. “Con el apoyo técnico se sigue y se va mejorando día a día, pero cuando termina, te queda una enseñanza, un aprendizaje. Si viviste tu experiencia y te diste cuenta que rindió, que te fue productivo lo que hiciste, no vas a tirarlo por la borda y seguir como hacías antes, sin cuidar. Más si te das cuenta que haciendo bien las cosas es mayor el rinde, mayor la rentabilidad, y seguís ganando siempre”, agrega Alex.
“Si tuviera que recomendar a un vecino le diría que haga, porque es la única forma de salvar a su planeta, al medio ambiente y que los chicos sigan escuchando un pájaro cantar”, concluye Carlos mientras un pájaro se hace escuchar.