De los cerca de 6.000 productores que componen el sector palmero en Colombia, alrededor del 80% son de pequeño tamaño. Es el caso de Catalina Zuñiga, una palmicultora de la región de los Montes de María quien fue la anfitriona en su finca, de la visita de una delegación de parlamentarios de los Países Bajos que quería conocer más de cerca cómo funciona la producción de palma de aceite en Colombia: sus contribuciones y retos.
Catalina tiene 60 años, es madre cabeza de familia. Enviudó por causa del conflicto armado que golpeó a Colombia, con énfasis especial en regiones como los Montes de María. Cuando sus hijos tenían 8 y 9 años, un grupo armado asesinó a su esposo y tuvo que dejar su tierra en el Playón y desplazarse con sus pocas pertenencias. En Montes de María decidió trabajar la tierra que heredó, 10 hectáreas, y que su familia había recibido gracias a la reforma agraria impulsada por el Incora.
Catalina primero sembró arroz. “Pero no me dio. Ahí fue cuando supe que había asociaciones para sembrar palma y decidí cambiar mi cultivo”. Entró en 2002 a la asociacion de productores Asopalma 2 y con un crédito sembró cinco hectáreas, las otras cinco de su terreno las dejó para repartir entre sus dos hijos. Hoy, su hijo mayor también se está convirtiendo en pequeño palmicultor, con 2,5 hectáreas sembradas de palma de aceite.
Según Fedesarrollo, la palmicultura, frente a otros sectores agrícolas, genera para los productores salarios superiores en un 20%, y en el caso de Catalina estos ingresos le han permitido mejorar sus condiciones de vida.
“Mis ingresos han sido excelentes. Yo me vine desplazada con una mano adelante y otra atrás. Tenía un ranchito de barro y gracias a Dios y a la palma tengo más ingresos. Ahora tengo una casa de material y compré otros dos lotes en el pueblo donde construí casitas que arriendo, generando más ingresos para mi familia”, cuenta Catalina.
Los pequeños palmicultores como Catalina reciben asistencia técnica y acompañamiento empresarial de las empresas procesadoras o compradoras del fruto, como en este caso Oleoflores, y tienen contratos de comercialización que les garantizan la venta de sus productos.
“Pasé muchos trabajos cuando perdí a mi esposo. Hice cursos de modistería, de artesanías, busqué por todos lados para no dejar aguantar hambre a mis hijos. Yo vine del Playón hecha una analfabeta y hoy puedo decir que soy la propietaria de mis tierras, he aprendido mucho gracias a la palma”, cuenta Catalina.