A la edad de 84 años, Frans van der Hoff falleció en su entorno familiar de Barranca Colorada, Ixtaltepec, Oaxaca, México. Frans fue un eminente colaborador de Solidaridad durante décadas, siempre en busca de nuevos caminos y mejores soluciones.
Un poco más de esperanza para un poco más de gente
Frans van der Hoff
Mi primer encuentro con Frans se remonta a mayo de 1985. Tuvimos nuestra conversación en un rincón del restaurante de la estación de Utrecht. Unos meses antes, yo había visitado la cooperativa de café Uciri, en México. Por desgracia, en ese momento Frans no se encontraba en el lugar. Pero en sus relatos los campesinos lo mencionaban con entusiasmo. Me dijeron que no querían otra donación de Solidaridad, mientras expresaban su agradecimiento por el apoyo anterior al proyecto. Ahora lo que buscaban era un precio justo para su café. “No somos un proyecto, sino que buscamos una asociación entre el productor y el consumidor. Un precio justo es nuestro punto de partida”. Un mensaje inspirador. Y un nuevo programa para Solidaridad.
El propio Frans estuvo en Francia durante mi estancia en México para colocar los primeros cafés ecológicos de Uciri en los estantes de los supermercados. Tuvo el valor y la habilidad de entrar en las grandes cadenas de supermercados y firmó el primer acuerdo con Carrefour. Unas semanas más tarde, llegó a los Países Bajos para visitar el tostador de café Simon Lévelt, en Ámsterdam. Con él también cerró su primer contrato de venta a condiciones significativamente mejores. Había nacido el sacerdote comerciante. Me pidió que fuera su aliado. Había nacido una larga colaboración y amistad.
Una pequeña biografía de su vida
Frans nació en 1939 en De Rips, un pequeño pueblo de la provincia de Noord-Brabant, en los Países Bajos. Fue el sexto de una familia de 16 hijos de dos matrimonios. Su padre volvió a casarse después de que su primera esposa muriera en el parto al nacer el quinto hijo. Frans se crió entre vacas, trabajando a partir de los ocho años en la granja mixta de sus padres, con ganado lechero, cereales y remolacha. Al principio era una granja arrendada. En 1950, su padre logró comprarle la granja al propietario, que terminó desperdiciando su fortuna. En su infancia, Frans conoció la pobreza. Su primer recuerdo se remonta a la Segunda Guerra Mundial. La granja estuvo en primera línea, tanto durante la invasión alemana en 1940 como durante la liberación por las tropas británicas en 1945. Así que ni la pobreza ni la violencia que encontró en las comunidades indígenas cafetaleras del sur de México le eran ajenas.
Frans creció en una familia católica y, siendo pobre, el seminario y el convento le ofrecieron el único camino para obtener una educación superior. La vida en el monasterio era disciplinada y estricta. Eso fue duro para él, ya que en la época de los 60 al no más traspasar las puertas del monasterio, se entraba en un mundo totalmente opuesto, caracterizado por la rebeldía y la búsqueda de libertad y renovación. Con un grupo de novicios, Frans rompió todas las reglas y entre ellos se cantaron los Beatles en lugar de los salmos.
Frans pudo estudiar teología en la universidad de Nimega, fuera de las puertas del monasterio. Eran años turbulentos; el Concilio Vaticano II abrió las puertas al mundo. Frans era estudioso y activista. Entró en contacto con la ideología de Marx y se hizo activo en el movimiento tercermundista. Estudió con el ilustre teólogo, filósofo profesor y padre Edward Schillebeeckx y con el después ‘Premio Nobel’ por su contribución a ‘la economía y econometría del desarrollo’, el Profesor Jan Tinbergen. Recién llegado de Praga, donde había estallado la ‘Primavera de Praga’, Frans se ordenó sacerdote en 1968. Una ordenación que estuvo marcada por su opción consecuente por los pobres, a sabiendas de que esta opción podía acarrear todo tipo de represiones.
Tras una estancia en Ottawa, Canadá, donde trabajó en un centro de acogida para drogadictos, Frans viajó a Chile en 1970. Allí, las divisiones dentro de la izquierda eran palpables. Había una lucha entre los grupos radicales que buscaban la revolución y el movimiento político del Presidente socialista Allende que creía en la vía constitucional. Frans intentó tender puentes, pero no tuvo tiempo para ello. El golpe de estado de Pinochet y el asesinato de Allende en 1973 acabaron con el optimismo. A Frans no le quedó más remedio que huir. Logró escaparse a Perú. Con el tiempo, viajaría a México, donde el obispo progresista de Tehuantepec le ofrecería un hogar. Allí encontró el lugar de trabajo donde permanecería toda su vida.
La causa indígena le fascinaba; las desventajas basadas en la identidad le enfurecían. Vio la incipiente organización de los cafeteros mediante la formación de la cooperativa Uciri como una movilización viable de fuerzas sociales y económicas que no podían ser sofocadas fácilmente por la violencia. Y la vida campesina, que le era familiar desde su niñez, le atrajo. Se convirtió en su trayectoria vital, en la que confluyeron sus convicciones políticas y religiosas.
“Un poco más de esperanza para un poco más de gente” Frans van der Hoff
Nuestra primera deliberación en Utrecht produjo una agenda clara. La ambición era aumentar drásticamente la cuota de mercado del café sostenible organizando su disponibilidad en los supermercados. La premisa económica era: ingresos = precio x volumen. La existente red de ‘Tiendas del Mundo’ (una red de tiendas solidarias con el ‘Tercer Mundo’) y las Organizaciones de Comercio Alternativo que las abastecían habían realizado un importante trabajo preliminar. Sin embargo, para ganar más relevancia para los cafetaleros se requería escala. La demanda en el mercado de consumo tenía que aumentar drásticamente.
Acordamos que Uciri empezaría a crear una amplia red de cooperativas cafetaleras en América Latina para satisfacer la futura demanda de café con certificación sostenible. Podíamos basarnos en la red de productores de la agricultura orgánica y en el sello EKO, pero era necesaria una ampliación para satisfacer la demanda prevista. Para organizar la ampliación de proveedores en África y Asia, Solidaridad trabajaría con las Organizaciones del Comercio Alternativo (ATO por sus siglas en inglés). Además, Solidaridad desarrollaría un sello e iniciaría la introducción del mismo en el mercado europeo, empezando por los Países Bajos. Una sólida agenda compartida que trascendía las tradicionales relaciones de ayuda para el desarrollo.
Pasarían tres años antes de que el sello Max Havelaar pudiera introducirse en los Países Bajos e iniciarse el largo camino hacia la expansión europea. Había algo de aventurero en esos años pioneros; dos chicos malos llenos de energía que se embarcaron en una aventura. Fue una operación única y un camino lleno de baches en el que se alternaban los contratiempos y los avances.
Era una época sin internet, con envíos postales lentos, y además de eso Frans vivía en un lugar remoto sin conexión telefónica propia. Teníamos una cita telefónica fija: cada cuanta semana, los viernes por la tarde. Yo tenía que llamar a la hora acordada a una tienda de un pueblo cercano. Frans bajaba entonces de la montaña y así podíamos conferenciar un rato. Breve y sólo hablando de negocios, ya que el contador de minutos no paraba.
Para acelerar el impulso, una nutrida delegación de Uciri viajó a los Países Bajos para promover los planes y consultar con los tostadores de café y supermercados holandeses. La resistencia entre los grandes tostadores, encabezada por Douwe Egberts, fue fuerte y se sacó todo de la manga para impedir la introducción del sello. Esto no más hizo aumentar la tenacidad por nuestra parte.
La introducción del sello Max Havelaar en 1988 se convirtió en un acontecimiento mediático y permitió planificar su expansión a otros países europeos. Entretanto, el sello de Comercio Justo se ha hecho indispensable en los mercados de consumo de Europa y Norteamérica.
En mayo de 2007, el embajador de los Países Bajos en México viajó a Oaxaca para nombrar a Frans van der Hoff ‘Oficial de la Orden de Oranje Nassau’. Simultáneamente, el Ministro holandés Bert Koenders hizo lo propio con Nico Roozen, caracterizando la cooperación entre ambos como un ejemplo de ‘globalización desde abajo’.
Nuestro último encuentro fue con motivo del 50 aniversario de Solidaridad, en una memorable reunión celebrada en Ciudad de México en 2019. «No iré más a los Países Bajos. Moriré en mi pueblo, entre mi gente», indicó entonces como su último deseo. En los años siguientes, seguimos manteniendo intercambios esporádicos por correo electrónico. Entonces quería sobre todo reflexionar sobre sus defectos, no sobre sus contribuciones tan significativas al cambio social. Era modesto al respecto. Para él, su contribución no era más que «un poco más de esperanza para un poco más de gente».
Frans murió en medio de la comunidad campesina que tanto amaba. Un amor mutuo.
Artículo original escrito por Nico Roozen en LinkedIn