En el norte de Minas Gerais, en la región de Catuti, el calor no da tregua. Un sol fuerte se abre camino entre un cielo cubierto de nubes y, a media tarde, parece que va a llover. Parece, pero no llueve.
Esta es la difícil realidad que los pobladores de Catuti enfrentan hace años. Durante la última década, sin embargo, los efectos del cambio climático se han intensificado. Toda la producción agrícola sufre a causa de este escenario, siendo el algodón el cultivo que presenta el peor historial.
En las décadas de 1970 y 1980, Catuti era una de las principales regiones productoras de algodón en Brasil. Caracterizada por la prevalencia de la agricultura familiar, el cultivo de algodón trajo consigo riqueza y desarrollo económico y social a la región, hasta que en la década de 1990, el picudo, una plaga que ataca al algodón, diezmó el cultivo. Pasaron años y años hasta que pudo controlarse el picudo adecuadamente. Cuando, finalmente, las acciones adoptadas por los gobiernos y productores lograron establecer mecanismos eficaces para combatir el insecto, la falta de lluvia pasó a castigar la producción.
“Aquí, en este poblado, había cerca de 80 familias productoras. Cada una de ellas contaba con ocho a diez miembros. Hoy solo quedan unas 15 o 16”, explica explica José Alves de Souza, mejor conocido como Zé Brasil, de 49 años. Casado desde hace 25 años con Azeli Antunes de Souza Alves, apodada doña Zeli, de 43 años, cuenta que a pesar de las idas y venidas a otras regiones del Brasil para trabajar durante las épocas más difíciles de su vida como agricultor, él nunca ha dejado de plantar algodón.
“Es algo muy fácil de entender. Porque en todos estos años complicados que nos han tocado, es el único cultivo que sigue dando algo. Si echas un vistazo a los demás cultivos, no dan nada. El algodón resiste. El algodón es resistente, tiene permanencia, aguanta más. Aguanta mejor la sequía. Si al siguiente año llueve un poquito, la planta sigue ahí, crece de nuevo. El algodón tiene eso. Pueden caérsele todas las hojas, pero si llueve de nuevo, resurge. En el caso de otros cultivos, si se pierde, se pierde todo. El algodón es resistente, igual que nuestro pueblo”, se emociona el productor.
Tejiendo Valor y el cultivo del algodón en el semiárido
Zé Brasil es uno de los productores que participa del proyecto «Tejiendo Valor», desarrollado por Solidaridad y el Instituto C&A. El proyecto, con una duración de seis años, está siendo ejecutado en dos de las principales áreas de producción familiar de algodón en Brasil: el norte de Minas Gerais y el sudoeste de Bahía, en el Valle de Iuiú.
Lanzado a fines de 2015, el proyecto busca desarrollar un modelo de algodón sostenible ajustado a la agricultura familiar en el semiárido, que, entre otros objetivos, atraiga a empresas del sector textil, con fuerte inserción en mercados nacionales e internacionales, para convertir a los productores familiares en sus proveedores. Otro punto importante es sistematizar esta experiencia piloto para que pueda ser replicada en otras regiones de Brasil y en otros países, especialmente en África.
Para José Rodrigues de Souza, o Zezão, 54 años, nacido y criado en Catuti, la edad dorada de la producción de algodón también tuvo sus contrapuntos. “En aquel tiempo se ganaba dinero y, al mismo tiempo, no se ganaba. Porque era el intermediario quien se quedaba con todo. Ahora no. Con la cooperativa, tenemos cómo negociar”, reflexiona. Según Zezão, hay expectativas de que la región vuelva a producir a gran escala con mecanismos para enfrentar las sequías.
Entre las acciones previstas, Tejiendo Valor instaló 32 equipos de irrigación por goteo. “Estos equipos están siendo instalados en parcelas demostrativas, es decir, propiedades que sirven como referencial de metodologías y procesos de mejora de la producción agrícola, para ser transferidos a todos los agricultores”, explica Harry Van der Vliet, gerente de los programas de algodón y ganadería de Solidaridad.
Mujeres y familia
Tejiendo Valor también toma en cuenta dentro de su estrategia el fortalecimiento de las mujeres presentes en las regiones de actuación del proyecto. Para entender las necesidades de este grupo y las alternativas que el proyecto les ofrece, se realizó una encuesta participativa en ambas regiones, Minas y Bahía. Entre los resultados obtenidos destacó la demanda de capacitación en técnicas alternativas de producción para jardines, huertas y para el cuidado de animales de pequeño porte, ya que las mujeres son quienes están a cargo de estas actividades. Asimismo, resaltó la necesidad de formación en oficios para diversificar el ingreso, como por ejemplo, panadería, corte y confección y artesanado.
Los jóvenes también fueron identificados como un grupo al que es importante involucrar en el proyecto para garantizar la reanudación y el éxito del cultivo del algodón a nivel local. “Hay que identificar a los jóvenes líderes para conformar grupos de intercambio de experiencias. Encauzar el liderazgo entre mujeres jóvenes es la clave para el empoderamiento femenino en las regiones”, afirma Harry.
Si dependiera de la voluntad de la nueva generación, Catuti volvería a ser un gran polo productor de algodón. “Tengo dos hijos en Rio Claro (SP), ellos tienen cerca de 30 años, y ya tienen sus casas allá, pero los dos quieren volver. Si aquí fuera posible vivir del campo, ellos volverían. También quieren plantar algodón”, afirma con confianza Zezão.
“Todos los días ellos preguntan: mamá; ¿está lloviendo allí? Ellos están locos por volver. Y yo también los quiero de vuelta aquí, pero sin lluvia, no es posible. Si llueve o si se consigue producir con irrigación, ellos van a volver”, completa la madre, Joaquina Rodrigues de Souza, o doña Joaquina, de 51 años.